“Nosotros, la Iglesia de Jerusalén, debemos y queremos ser los primeros en anunciar y traer al mundo la llegada de esta luz. La Luz que brota del sepulcro vacío es la luz del Cordero Pascual, que ilumina la Ciudad Santa y la Iglesia”, expresó el patriarca latino de Jerusalén, cardenal Pierbattista Pizzaballa durante la vigilia pascual, que tradicionalmente se celebra en la mañana del Sábado Santo en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén.
“Es la luz del Resucitado -expresó- la que queremos que ilumine nuestra mirada sobre esta ciudad, sobre Tierra Santa, sobre el mundo y sobre la Iglesia, que vive y crece en ella. Una mirada de mansedumbre, de serena confianza en la obra de Dios, que no nos deja a merced de las tinieblas y a la sombra de la muerte”.
El patriarca pidió “levantar la mirada para ver los signos del Resucitado” y “aprender a reconocer los signos de su presencia, los modos en que Él entra en nuestra historia”, especialmente en estos “días terribles que estamos viviendo y que nos han encerrado, que parecen haber eliminado nuestras expectativas, cerrado todos los caminos, cancelado el futuro”, advirtió.
Intenciones de paz fracasadas
El patriarca habló de “relaciones heridas por la desconfianza y los malentendidos, si no por las traiciones”. Todo lo que nos rodea parece hablarnos de fracaso, así como la muerte de Jesús parecía ser un fracaso, el fin de un hermoso proyecto de renacimiento, de cambio y de vida nueva, por el que habían apostado los discípulos”. Ayer como hoy: “Nuestras intenciones de paz, reconciliación y diálogo parecen haber fracasado. Y nuestro deseo de una vida pacífica, de encuentros que abran horizontes, de que se cumpla la justicia, de que se acepte la verdad, también parece haber fracasado”.
Y añadió: “La vida de nuestra comunidad de creyentes también parecería sin futuro. En definitiva, todo parece hablar del fin, de la muerte.” Pero es precisamente hoy cuando los creyentes están llamados a levantar la mirada: “si dejáramos de permanecer encerrados en nosotros mismos, en nuestro dolor, bloqueados por rocas que nos mantienen encerrados en nuestras tumbas, tal vez también nosotros, como las mujeres del Evangelio de hoy, pudimos ver algo nuevo, algo cumplido. Jesús -recordó el cardenal Pizzaballa- derribó las puertas del reino de la muerte con la única arma a la que la muerte no puede resistir, que es la del amor. Si seguimos enamorados, ya no somos prisioneros de la muerte”.
La valentía del amor
Desde la tumba vacía de Cristo, el patriarca latino nos instó a “pedir la valentía de ese amor que tiene la fuerza para superar el miedo que hoy nos atenaza y nos mantiene atados. En este mar de odio que nos rodea, por eso, queremos pedir el coraje de levantar la mirada para ver quitada la piedra de nuestras tumbas, el bien que se hace, el coraje de las vidas entregadas, el deseo tenaz de muchos. Hombres y mujeres para construir relaciones pacíficas, el dolor irrenunciable de quien no renuncia a apostar por el otro. Veríamos sacerdotes, religiosos y religiosas que se comprometen a salvaguardar sus comunidades, a protegerlas del miedo, a vendar sus heridas, a crear unidad. Son signos leves, que no se imponen y que no se dejan encontrar si no se los busca y desea.”
Donde dejemos que el Señor nos saque de nuestras tumbas
Pero “hacer la Pascua”, para el Patriarca latino de Jerusalén, “es también renovar la valentía de buscar, de vivir la vida con las expectativas justas, de interrogar libremente los signos que nos rodean, de levantar la mirada con confianza y libertad, sin esperando que los demás nos miren. Nos basta su mirada, la de Jesús, con la que nos encontramos cada vez que elegimos amar y perdonar, porque sólo así también se quitan las piedras que cierran nuestras tumbas. Cada vez que se supera el miedo, cada vez que se inicia un nuevo paso de humanidad y de fraternidad, el Señor resucitado se hace presente en nuestras vidas”.
De ahí la esperanza de “dejar de buscar entre los muertos al que está vivo, de no perder el tiempo persiguiendo sólo esperanzas humanas, de no perseguir quimeras de soluciones fáciles a nuestros problemas, que a menudo preludian amargas decepciones”. Dejemos de poner sólo nuestro dolor en el centro de nuestras vidas y renovemos el deseo de mirar hacia arriba, no de mirarnos sólo a nosotros mismos. Mientras estemos centrados sólo en nosotros mismos, no veremos nada más que a nosotros mismos y listo, nunca encontraremos ninguna señal, nunca veremos ninguna luz”.
“Que hoy la Pascua -concluyó- sea una invitación a partir, a ir hoy a nuestra Galilea, a buscar los signos de su presencia, presencia de vida, de amor y de luz. Encontrarlo presente en aquellos que todavía son capaces de dar gestos de amor y de perdón, de los que el mundo tiene hoy más sed que nunca. Pido este don y esta gracia para todos nosotros, para nuestra Iglesia de Jerusalén, para que sea siempre la Iglesia que vive, espera, ama y camina en la luz del Cordero. ¡Felices Pascuas!”+